Paso un par de días descansando en Dajla, península turística al sur de Marruecos y meca del kitesurf, arranco la moto, la cual parece pesar menos tras los descansos y pongo rumbo al sur, tengo Mauritania a tiro de piedra y espero poder cruzar en un par de días por la mítica frontera conocida como tierra de nadie …. Durante los siguientes días, puro desierto, poca gente y mucho camping, llego a la frontera y salgo de Marruecos sin mayor complicación, un par de kilómetros separan las fronteras de Marruecos y Mauritania, este lugar es conocido como tierra de nadie, no pertenece a ninguno de los dos países, por lo que ninguno se responsabiliza de lo que pase ahí dentro y mucho menos de asfaltarlo, teóricamente tampoco hay leyes, corren numerosas historias de terror, supongo que la mayoría serán leyendas, pero en el lugar se respira un ambiente extraño, parece sacado de una película, está lleno de vehículos que se han quedado en el camino y por alguna razón no han podido entrar en el país siguiente y tampoco les han dejado regresar por dónde venían, es un desguace improvisado, pocos son los vehículos que están enteros, de la mayoría quedan tan solo los restos decrépitos de un chasis oxidado. Cruzo este tramo bajo una buena tormenta de arena, lo cual le da un ambiente todavía más oscuro, según entro en Mauritania se respira caos, los policías con los que me topo no son muy agradables y están compinchados con los buscavidas de la frontera, a mí me toca uno muy alto y corpulento, a medio camino entre gordo y fuerte, con una presencia física intimidante, más negro que el culo de un grillo y probablemente con los pies más grandes (al menos las zapatillas) que haya visto nunca, acojona y lo sabe, cuando le digo que no me hacen falta sus servicios, se pone en una posición pasivo agresiva, cada uno juega con lo que tiene, los hay pequeñitos, que juegan a ser simpáticos, pero éste sabe que da miedo y lo utiliza a su favor, intenta todo el rato coger alguno de mis papeles para así tenerme pillado por las narices, estoy astuto y no le doy nada, llevo los papeles personalmente en todo momento, con todo el trajín pierdo el pasaporte de vista por un momento y ahí sí que me asusto, afortunadamente lo encuentro en uno de mis bolsillos… si, lo se… Continúo con el proceso, juegan a la confusión y se les da bastante bien, mi amigo me sigue durante todo momento intentando que le de alguno de mis papeles, alegando que él sabe dónde hay que llevarlo, cuanto más me niego más se enfada, más grita y más invade mí espacio personal; llego al punto de plantearme ceder y pagar, pero aparece de la nada un personaje bastante peculiar, saluda por su nombre a policías y buscavidas, se mueve como pez en el agua por allí, veo la oportunidad y me pongo a hablar con él para ver si el otro me deja tranquilo, resulta ser un Catalán que lleva 21 años viviendo en Mauritania, casado 4 veces y con cuatro hijos mulatos, tiene la única discoteca de la zona y algunos restaurantes, entre otras muchas cosas me cuenta que allí son muy corruptos y que al mes se le van unos mil euros en sobornos, lo cual confirma dos cosas, la primera, es el nivel de corrupción del país y la segunda es que para pagar tanto, el negocio no debe ir mal… Al poco rato de hablar con él, reaparece mi amigo el gigante, me tiende la mano, se disculpa y se marcha, no le vuelvo a ver. El Catalán, que pasa por esa frontera como un escurridiza lagartija cada poco tiempo, me facilita bastante las cosas, me cuenta un poco como funciona todo allí y me hace de traductor un par de veces, le veo dar dinero a algún policía. Desde ahí todo va más fácil, siguen sin ser especialmente amigables pero avanzo, me dan el visado, consigo los papeles de la moto donde me piden 10 euros, sé que no hay que pagar por lo que lo digo, insiste un par de veces, me hago el remolón y con mala cara me echa de su oficina, un par de sellos más y ya estoy en Mauritania, unas 5 horas después, es la primera frontera africana que cruzo y me sirve como cursillo. Una cosa que me sorprende de las fronteras es que pensaba que solo nos querían sacar la pasta a los turistas blancos, pero veo a mucha gente local dando billetes con cierto disimulo a los policías.   Una vez en Mauritania me atrapa una tormenta de arena muy intensa, el ambiente está cargado de arena y sopla muchísimo viento durante los siguientes días, la carretera es bastante aburrida, una larga recta que desaparece en algunos momentos engullida por alguna duna rebelde, no hay casi asentamientos ni casi de nada, muy pocas gasolineras y tan solo encuentro gasolina en una de ellas, sabía que podría pasar esto por lo que cargo conmigo varios litros extra, aun así, llego justito. Paso un par de días en Nuakchot, capital Mauritana, personalmente las ciudades no me llaman demasiado, son “iguales” desde Londres hasta Dakar, estos lugares no representan, o no conservan la cultura del país, la globalización ha hecho que tengan la misma esencia en todos lados, salvando sus diferencias claro está. Según salgo de la capital rumbo a Senegal empiezo a ver diferencias de vegetación y en el color de la piel de la gente, la cual cada vez se oscurece más. Decido cruzar por la pequeña frontera de Diama, teóricamente más fácil y más tranquila ya que no hay asfalto, se llega a través de una pista de tierra, atravieso un parque natural lleno de vida y agua, me choca bastante después de tantos días en el desierto, es agradable volver a ver vegetación, en el desierto la vida es muy dura. Se me hace tarde y me cierra la frontera, acampo a pocos kilómetros para cruzar a la mañana siguiente, no hay prisa, cada kilómetro que avanzo la voy dejando más lejos, por aquí se vuelven a oír animales grandes por las noches, hay vida de nuevo.